Juana Iza había terminado la primaria y tenía apenas doce años cuando empezó a trabajar como recicladora en 1971. Pudo haber seguido estudiando confección y costura en el colegio, como querían sus padres, pero ella quería ayudar a su familia. Se volvió recicladora, como su mamá. Era la mayor de ocho hermanos y sentía que debía trabajar para que en su casa nunca faltara comida, vestido, o medicina.

Desde entonces, no ha dejado de trabajar. Ahora que lleva arrugas en su rostro moreno y canas grises en sus sienes, Juana Iza sigue recorriendo las calles de Quito reciclando. Dice que morirá haciéndolo.

Juana es la presidenta de la Red Nacional de Recicladores del Ecuador (Renarec), pero también es una de las miles de mujeres jefas de hogar que reciclan en la capital. A pesar de su edad y de que sus fuerzas no son las mismas, Juana dice que va a seguir reciclando porque si no fuera por ella y sus colegas nadie se encargaría de clasificar los desechos de la ciudad.

En Quito, al igual que en otras ciudades del país y América Latina, no hay un sistema formalizado de recolección de materiales reciclables. La mayoría de personas consume y bota sus desechos en el mismo contenedor. Luego, los camiones de la Empresa Pública Metropolitana de Aseo (Emaseo) recogen esos desechos en sus camiones, lo llevan a las estaciones de transferencia —donde se intenta clasificar una parte de los residuos— y finalmente se llevan lo que queda al relleno sanitario El Inga, en una zona rural de la capital. El sistema no es eficiente porque todo termina en el relleno incluso aunque hay muchas cosas que podrían aprovecharse como materia prima.

odos los días, cada uno de los habitantes de la capital genera 0,85 kilogramos de desechos sólidos. De esos, el 54% son orgánicos —residuos de origen biológico como por ejemplo las cáscaras de las frutas—, y solo cerca del 13% son materiales reciclables como plásticos suaves, bolsas plásticas, papel y cartón. Pero el problema es que de ese porcentaje ya pequeño, es mucho menos lo que en verdad se aprovecha.

Inty Gronnenberg, PhD en Innovación y Presidente de la Fundación Circular, dice que en “Quito lo que se aprovecha de forma real es poquísimo”. Según un informe actualizado de calidad de vida de la iniciativa Quito Cómo Vamos, en 2020, se contabilizaron 694.687 toneladas de residuos sólidos de las cuales solo el 0,03% se aprovechó en reciclaje.  Todo lo demás, dice el mismo informe, fue dispuesto y enterrado en el relleno sanitario El Inga.

“En Quito la gente consume mucho y luego no sabe reciclar”, asegura indignada Juana Iza, en una llamada telefónica. Iza, que recorre conocidos barrios de la capital como Santa Clara, el Bosque, la Granda Centeno y el Pinar Bajo, dice que son muy pocas las personas que saben clasificar sus desechos, “y eso que aquí les hemos dado capacitaciones”. Algunos de estos barrios son parte de un servicio de recolección diferenciada de la Empresa Pública Metropolitana de Aseo de Quito (Emaseo) que busca promover el reciclaje en la ciudad, pero el sistema no funciona como debería.

Según Emaseo, este servicio implica dos cosas. Por un lado, botar el reciclaje en “puntos limpios” —que son contenedores especiales— y ponerlos al pie de vereda, con un horario y frecuencia de recolección predeterminados. Pero la gente, dice Juana Iza, no clasifica los desechos ni en los barrios donde hay este sistema y mucho menos en los otros.

La última encuesta de percepción ciudadana de la iniciativa Quito Cómo Vamos dice que los quiteños creen que la falta de un sistema de reciclaje es el quinto problema ambiental más grande que tiene la ciudad. Pero en sus casas, muchos ciudadanos no están haciendo nada por cambiar ese problema. María Luisa Cruz, experta en residuos sólidos, dice que en Quito “casi nadie recicla nada y son los gestores ambientales, los recicladores, los que hacen todo”.

Que los ciudadanos no clasifiquen sus residuos no solo contribuye a que gran parte de los materiales reciclables —que se usan como materia prima para hacer nuevos productos— se pierdan, sino que además dificulta el trabajo de los recicladores.

Juana Iza dice que de por sí, el trabajo de reciclar es difícil porque implica rebuscar en la basura. Pero lo que lo hace aún más complicado, es que la mala gestión de los residuos muchas veces pone en riesgo incluso su salud. “Es usual que nos cortemos”, dice Iza. Pero no es lo único. Además, cuenta la mujer, “nos exponemos a muchos peligros y enfermedades como el mismo covid-19”.

Aunque el trabajo de los recicladores de base es esencial para evitar que todos los materiales reciclables terminen en el relleno sanitario, no hay manera de que puedan abarcarlo todo. En Quito, solo hay 5 mil recicladores —entre organizados e informales— y no se sabe cuál es la cantidad exacta de residuos que están recuperando ni cómo se están usando por las industrias. Entonces, dice Inty Gronnenberg, quien es presidente de la Fundación Circular, no se puede saber exactamente qué impacto está teniendo su trabajo en el ambiente —al evitar comprar materia prima— y en la producción de nuevos productos, y por eso es necesario plantear otras soluciones.

Los expertos dicen que en primer lugar se necesita un nuevo modelo de gestión de residuos sólidos que vaya de la mano de políticas públicas, tanto a nivel local como nacional. Ecuador genera cinco millones de toneladas de desechos sólidos al año, y al igual que en Quito, hay un problema con el porcentaje de lo que se puede reciclar —menos del 30%— y lo que realmente se recicla —no hay cifras exactas. Por eso, aseguran los expertos, se necesitan definir políticas en todo el país.

En junio de 2021, hubo un intento por hacerlo. La Asamblea Nacional aprobó la Ley de Economía de Economía Circular que busca, entre otras cosas, establecer políticas, programas y proyectos de “gestión integral de residuos y desechos sólidos… valorización, clasificación y reciclaje”. Sin embargo, ha pasado casi un año desde que la ley entró en vigencia y aún no hay políticas concretas orientadas al manejo de residuos sólidos o el reciclaje en el país.

María Luisa Cruz, ingeniera ambiental experta en residuos sólidos, dice que sin esas políticas claras es difícil que los municipios, como el de Quito, apliquen modelos o programas de gestión efectivos. Entonces, dice Cruz, la prioridad debe ser crear esas políticas públicas nacionales pronto.

Pero no solo son necesarias las políticas gubernamentales. Inty Gronnenberg dice que se debe lograr que “al menos 80% de los desechos de la ciudad sean reaprovechados y aumentar la capacidad de los recicladores de base para que colecten más”.

Para conseguir ese objetivo, explica el experto, se debe plantear una solución que venga del sector público —que es quien hace las políticas—, del sector privado —que puede ayudar con los fondos para aplicar las políticas— y de la comunidad —que puede empezar haciendo cambios individuales que hagan más fácil y cumplan con la implementación de las políticas. Según Gronnenberg, es necesario que los tres sectores se reúnan y planteen planes piloto colaborativos de modelos de gestión de residuos que sean coordinados por los municipios.

Hasta que las autoridades no diseñen las políticas públicas adecuadas y busquen alianzas estratégicas con el sector privado y la comunidad, las personas también pueden tomar acciones. Una primera acción, dice Carolina Zambrano, líder de justicia climática de la organización Hivos, es dejar de consumir tanto. Si reducimos la cantidad de cosas que compramos, y empezamos a consumir de manera más responsable y consciente, vamos a contribuir a un mejor sistema de gestión de residuos porque habrá menos que gestionar.

Pero otra segunda acción primordial que además es fácil y ayuda a los recicladores a tener un trabajo y una vida más digna es clasificar los desechos en casa. Se puede empezar por tener dos tachos de basura en lugar de uno solo. En uno se puede botar los desechos orgánicos —cáscaras, residuos de comida— y en otro los residuos reciclables. Luego, se puede dejar el reciclaje a pie de vereda para que sea recogido por recicladores, o se puede identificar a recicladores de base y arreglar con ellos la mejor forma para que recojan los residuos.

En Quito y otras diez ciudades del país hay un programa llamado ReciVeci. El programa empezó en 2015 cuando en la capital se empezó a usar el sistema de recolección mecanizada que implicaba el uso de grandes contenedores color gris. Paula Guerra, gerente de sostenibilidad de ReciVeci, dice que la altura de los contenedores —1.50 metros— estaba dificultando el trabajo de los recicladores porque eran demasiado altos, y entrar en ellos  implicaba un esfuerzo mayor. Entonces la iniciativa se planteó como una forma de apoyar a los recicladores y su trabajo.

El programa empezó con un plan piloto en un barrio en el norte de la ciudad y lo que permitía era conectar a los recicladores con los ciudadanos para que estos les entregaran directamente lo que habían reciclado en casa. En 2018, la iniciativa recibió un fondo semilla que le permitió crear una aplicación para el teléfono y ahora la ReciApp funciona en once ciudades del país, conectando recicladores de base con ciudadanos. En todo el país ahora hay 15 mil usuarios que entregan sus residuos a al menos 1.500 recicladores.

Pero usar esta aplicación no es la única opción. Juana Iza, presidenta de la Red de Recicladores del Ecuador (Renarec),  dice que los cinco mil recicladores —entre organizados e informales— que hay en la capital siempre están recorriendo los barrios de la ciudad y se los puede contactar fácilmente.

Lo importante es que se recicle, dice Iza. “Tenemos que pensar en el cambio climático, en las nuevas generaciones para que tengan algo de aire puro por lo menos”, dice la mujer. Para ella es fundamental que los ciudadanos tomen conciencia y aprendan a reciclar porque hacerlo no solo dignifica su trabajo y el de sus colegas, sino que además ayuda al medioambiente.

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Doménica Montaño

(Quito) Reportera de GK. Cubre medioambiente y derechos humanos.